Quaderns 2011 – 2016

D'arquitectura i urbanisme

Publicació del Col·legi d'arquitectes de Catalunya

La posibilidad de una isla

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El pasado 20 de enero acabó la exposición La utopía es posible que el MACBA dedicó al congreso ICSID de diseño celebrado en Ibiza el año 1971 y, en especial, a la Instant City —a la que ya dedicamos en Quaderns el Archivo del número #262-, donde se ha podido ver, además de material de época fundamental para la comprensión de su desarrollo, una serie de entrevistas recientes con muchos de los personajes implicados, directa o indirectamente, en su construcción y uso.



La Instant City no sólo se contraponía con su ligereza y fugacidad a la lentitud de viejas maquinarias y obsoletas estructuras políticas sino que además ponía en crisis, con su concepción del ocio, la organización vital y conservativa vinculada al trabajo del capitalismo tardío. Quizás por eso, al escuchar retrospectivamente las entrevistas, se ha podido evidenciar hasta qué punto, entre las voces y fragmentos que conforman una instantánea del evento, la voluntad de utopía quedaba en un segundo plano frente a la necesidad de diversión. Una diversión productiva y creativa que, mediante el compromiso político y la ironía, se abría paso entre las fisuras de un régimen grotesco.

Los constructores y a la vez habitantes de la Instant doblaban y grapaban según las instrucciones ideadas por Prada Poole, reproduciendo, curiosamente, los gestos necesarios para realizar las little magazines de la época. Plegar y grapar como un juego de construcción en que el propio proceso permitía una experiencia directa y no mediada con la arquitectura. La Instant y su propia construcción se ofrecían como una forma lúdica, sugiriendo un tránsito del homo faber al homo ludens mediante un proceso en el que trabajo y ocio convergían.



Ese guiño al homo ludens recuperado por los situacionistas se hizo patente, más allá de la propia Instant, en las intervenciones artísticas que la acompañaban ¿Acaso los inflables de Josep Ponsatí, el Vacuflex-3 de Antoni Muntadas y G. Mezza, o los alimentos coloreados de Antoni Miralda, que incluían paellas y pollo tintados con los colores básicos, no remitían, al fin y al cabo, a objetos y estrategias lúdicas? ¿No podían entenderse todas esas acciones y piezas como una extrapolación y descontextualización de globos, juguetes y actitudes desinhibidas e infantiles tales como jugar con la comida?

La Instant, como parte de la arquitectura radical de los 70, hizo silenciosamente suyo el enunciado Alles ist Architektur de Hans Hollein. Todo podía ser arquitectura, especialmente la experiencia que la posibilitaba. La desaparición y erosión del objeto, tal como lo había concebido la modernidad, dio paso a experimentos —performances, acciones colectivas, encuentros, etc.— que otorgaban a la experiencia, y con ella a sus formas más intangibles y fugaces, un puesto valioso en el que arte y arquitectura podían disolverse en un espacio común.

Con la Instant se evidenciaba el tránsito que desplazaba el foco de la producción al consumo creciente de experiencias inmateriales y efímeras -turismo, espectáculo, etc.- que iba poco a poco tomando posiciones centrales en las sociedades occidentales. En ese aspecto, quizás una de las mayores dificultades a la que cualquier exposición de este tipo debe hacer frente sea la siguiente: ¿qué queda de una experiencia tras su museización? ¿Cómo devolver a la vida o, simplemente, conservar el espíritu contracultural y revulsivo que todo aquello supuso, evitando institucionalizar el riesgo, artificializar o estetizar actitudes vitales y políticas?

Probablemente una acertada tentativa de reconstrucción pase, como en este caso, por la recuperación del material de quienes, en un momento en que los medios de registro audiovisual se habían popularizado, captaron con sus cámaras un punto de vista a medio camino entre el documento y la visión personal; del mismo modo en que años después Harun Farocki y Andrei Ujica reconstruyeron en su film Videogramas de una revolución la caída de Ceausescu mediante la recopilación de material grabado por videocámaras de una multitud de ciudadanos anónimos.



En ese sentido, la exposición sobre el congreso ICSID en el MACBA debe celebrarse como la reivindicación de una forma de resistencia. Cuarenta años después, en un interesante ejercicio de conservación, reconstrucción y, a la vez, contraposición entre documento y memoria, se han podido confrontar por vez primera, y gracias a las entrevistas producidas para la ocasión, la objetividad de los abundantes documentos con los recuerdos de algunos de los protagonistas de un evento —sin duda una fiesta—, que ocupó la cala San Miguel de Ibiza aquellos días de octubre de 1971.

Desde la perspectiva del ocio como forma de experiencia, más que una utopía, la Instant City fue una reivindicación del aquí y el ahora, que sólo en su propio estado de excepción, doblemente insular (Ibiza, la libertad en medio de un régimen autoritario) trazó una instantánea fugaz de algo vagamente similar, si no a una  lejana utopía, al menos, a su posibilidad.

—Guillermo López, editor.

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