Arquitectos de cabecera (AC)
Quaderns #266
Todos vivimos en casas incompletas, mejorables o con urgencias por resolver, derivadas del desgaste y de los cambios vitales que experimentamos. A menudo convivimos con estas cargas por falta de recursos y tiempo, o por falta de ideas que no nos permiten ver que, con pequeñas actuaciones o cambios de rutinas, nuestro hábitat podría responder mejor a tales urgencias.
Para resolver estos problemas no se suele acudir a los arquitectos. Seguramente porque no se piensa en ellos como alguien dispuesto a atenderlos, ni a interpretar el historial de una persona o de una comunidad que exigen un análisis cuerpo a cuerpo.
Arquitectes de Capçalera (Arquitectos de Cabecera) ofrece gratuitamente a los vecinos más necesitados del barrio del Raval la posibilidad de colaborar con futuros arquitectos para imaginar, proyectar y estudiar la viabilidad de tales cambios en sus casas y en las comunidades, mejorando el hábitat y las relaciones entre ellos.
Se trata de acompañarlos en la cartografía de sus necesidades y el diagnóstico de las posibles soluciones, guiándolos hacia la puesta en marcha de las rectificaciones necesarias, tanto proyectuales como de gestión legal y obtención de ayudas económicas para su implementación. Todo ello con la voluntad de establecer un contacto próximo y reconectando la arquitectura con la sociedad como principal objetivo. Una oportunidad de poner en valor modelos de cooperación en los que el aprendizaje interviene directamente en acciones dirigidas para y desde la ciudadanía.
En el patio del CCCB , durante el periodo de la exposición “Piso Piloto”, se abrió la Oficina Gratuita de Atención al Vecino con la intención de abordar una serie limitada de casos. Un equipo de estudiantes y profesores del curso Vivienda y Ciudad de la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Barcelona (ETSAB) se dedicó a atender las consultas de los vecinos.
En la universidad se nos forma en un supuesto abecé que nos dota de los instrumentos necesarios para ejercer como arquitectos. Los diversos y simultáneos planes de estudio muestran la enorme dificultad de fijar los criterios básicos que intentan compatibilizar lo que la profesión necesita y lo que ordenan los requerimientos legales europeos, estatales o comunitarios, a menudo regidos por bases generalistas que no reconocen la singularidad de unos estudios que se balancean entre lo técnico, lo artístico y lo social. Cada unidad docente, incluso cada profesor, tiene la responsabilidad y la facultad de acentuar los pocos resortes que le quedan para orientar los estudios hacia donde crea conveniente en un momento donde la doble crisis –económica y profesional– nos empuja a reformular los fundamentos de la formación del arquitecto.
Unos profesores creen que lo importante es aprender una técnica de herramientas y elementos constructivos y unas supuestas leyes compositivas que permitan proyectar y, en última instancia, construir edificios. Otros cargan las tintas en los aspectos culturales y artísticos, entendiendo que el arquitecto ejerce de director creativo que, con un conocimiento técnico esencial, le permite operar y coordinar la materialización conceptual y estilística del proyecto. Otros, en cambio, engloban la arquitectura en un campo cultural más difuso en el que el arquitecto (construya o no) media en una sociedad más compleja donde la experiencia técnica está al servicio de un aspiración colectiva teñida de otros agentes que exigen la complicidad de las ciencias sociales con la voluntad de agotar la realidad a través del proyecto.
Todas estas visiones simultáneas y complementarias acentúan el carácter de cada plan de estudios según sus tradiciones y, cómo no, según la realidad laboral en la que operan. Porque no lo olvidemos, todas deberían compartir un objetivo común que es el de ofrecer unos estudios que garanticen la inserción laboral de sus estudiantes.
Hoy, en Barcelona y en el resto del país, este objetivo está lejos de ser alcanzado. Tan sólo hay que repasar las estadísticas para darse cuenta de las enormes y dramáticas dificultades de los arquitectos para encontrar trabajo y, ya no digamos, para emprender aventuras empresariales propias.
Unos dirán que el problema es circunstancial, con lo cual no hace falta que la universidad se adapte a tales vicisitudes “todo volverá a su estado normal” –dicen– y sugieren no modificar sustancialmente el perfil del arquitecto porque tarde o temprano recuperará su estatus original y la sociedad seguirá necesitando arquitectos técnicos (¿superiores?) con talento que retomen el cetro y la corona de lo edificado. Otros claman por revisiones profundas de los contenidos y cometidos de una profesión que ha cambiado para siempre: ya sea asumiendo el despojo de cierta responsabilidad técnica, compartiéndola con otros colectivos que a base de simplificar y especializar conocimientos han demostrado la misma eficiencia, o sea por autoexigirse un mayor compromiso con una sociedad indispuesta que clama por una transformación desde abajo y donde el arquitecto todavía no se ha incorporado plenamente, como agente de política ciudadana, a los procesos de gestión, negociación o comunicación comunitaria.
La desorientación es considerable y cada unidad docente la afronta acentuando su criterio. En el caso de la ETSAB –la indiscutible protagonista de los años gloriosos de la Barcelona influyente en temas de arquitectura y urbanismo–, los cambios parece que llegan a trompicones. Después de la orfandad de referentes (muertes, jubilaciones, abandonos), hoy no existe nadie que pueda empujar y dar un sentido unitario a una transformación profunda. De hecho, ni tan sólo creemos que tal visión unitaria sea deseable en una profesión diversificada y cada vez más alejada de la sociedad, y en una escuela menguante (de estudiantes, recursos e influencia) que se resiste a renovar sus estructuras.
Algo parecido sucede en el conjunto de la sociedad, donde la degeneración de la democracia y de los partidos políticos está produciendo un trastorno del sistema. Estamos viviendo un momento crucial donde una ciudadanía que no se siente bien representada reclama una mayor participación, transparencia y un rumbo decidido hacia un nuevo modelo. A la universidad, que tiene mucho de laboratorio pero que nunca ha perdido del todo un enlace con la realidad social, se le auguran también cambios profundos. Los primeros síntomas se han vivido en estos últimos años con emocionantes asambleas donde muchos estudiantes han reclamado mayor participación en la definición del modelo de estudios, con mayor contingencia en una realidad apremiante y con visiones complementarias a la del invariable arquitecto constructor. Estudiantes esperanzados que siguen creyendo que la universidad es el mejor puente para estrechar el contrato que la profesión tiene con una sociedad que hoy por hoy, nos ve distraídos con un supuesto embellecimiento de nuestro entorno, bajo las consignas del poder político o de la presión de un capitalismo desbocado.
Y aunque el estudiante reclama cambios, es sorprendente que –por ejemplo– los planes académicos sobre la vivienda sigan todavía tan cerca del “encargo” y estén tan lejos de las emergencias que sacuden a nuestra ciudad y por extensión al mundo. Sólo hay que preguntar a asociaciones como Cáritas, Arrels, la PAH, Médicos sin fronteras, o incluso a los militares, cuántos arquitectos cooperan con ellos. Pero todavía más importante es preguntarles qué valor añadido o intrínseco creen que pueden aportar a su ingente labor de contribuir a la mejora del hábitat de unos colectivos excluidos o en riesgo de exclusión y que, hoy por hoy, no cuentan con nosotros.
A penas nos necesitan y no es fácil aceptarlo, a pesar que la materia prima con la que trabajan (sujetos y objetos) son de nuestra incumbencia. En la universidad seguimos poco preparados para demostrar capacidad en estos temas o, mejor dicho, seguimos poco dispuestos a aceptar que estos temas también forman parte de nuestras capacidades.
Coderch, en su archicitado articulo para Domus de 1961 “No son genios lo que necesitamos ahora”, nos recordaba este contrato con la realidad: “Abre bien los ojos, mira, es mucho más sencillo de lo que imaginas.”
Dudo que sea más sencillo, pero sin duda es más urgente, útil, sorprendente, apasionante y pedagógico de lo que muchos profesores imaginamos. La realidad supera la ficción y, a mi entender, la escuela vive en una determinada ficción con baños de realidad impostada por un heredado guión que pocos podrán poner en práctica en el futuro. El arquitecto que todavía no existe (al menos en los planes académicos) es otro arquitecto que debería poder trabajar sin un guión cerrado que prejuzgase los problemas y las soluciones, sino más bien alguien que investigase abriendo bien los ojos, convirtiendo el proyecto en una suerte de documental donde, paso a paso, se describiera la utilidad (¡y la belleza!) del proyecto.
Los mejores ejemplos están fuera de la universidad, en manos de colectivos multidisciplinares que día a día inventan pequeñas propuestas piloto –reales y utópicas– que hacen emerger obviedades que la academia no ve, no mira, o que a duras penas están relegadas a “optativas”. Ellos nos muestran el enorme potencial de cooperar en la gestación y en la cogestión del proyecto con la gente. Saber preguntar, reclamar, comunicar y, en definitiva, compartir el conocimiento compatibilizando el trabajo de investigación íntimo de laboratorio con una clara vocación de abrir el proceso bajando a la arena para contaminarlo de la cruda realidad.
No sabemos qué va a pasar con la ETSAB y la ETSAV. Cada día aparecen nuevas e intrigantes voces que auguran una progresiva desaparición de alguna de ellas, de la venta de sus sedes para sufragar la enorme deuda de la UPC, de la reducción de la ya mísera remuneración económica de sus profesores asociados, de la imposibilidad de incorporar nuevo profesorado o de negar recursos para las investigaciones en curso… Hoy, invitar a alguien a dar una conferencia es fundamentalmente un compromiso de favores personales difíciles de mantener, y publicar algo, una pesadilla agotadora. La nueva dirección de la ETSAB intenta abordar las evidentes carencias con nuevas y prometedoras ideas que deseamos mantengan la frescura y el compromiso de no justificar los cambios sólo a través de recortes. Pero hoy las soluciones no creo que emerjan con sutiles ajustes ni, mucho menos, con debates internos entre las castas profesionales que levantan la bandera de la autoría y supuesta responsabilidad del “encargo”.
El politólogo Joan Subirats en su artículo “Repolitizar la Arquitectura”, publicado en El País a raíz del proyecto “Barraca Barcelona” de 2003, recordaba que a partir de los noventa la arquitectura abandonó su compromiso social y político y sólo se preocupó de los temas estilísticos. Tenemos abundantes pruebas de ello cuando vemos como las estrellas de la arquitectura se mueven por el mundo aprovechando las grandes oportunidades de una economía globalizada y de una tecnología que les permite audacias insospechadas. Un arquitecto, como cualquier otro técnico, debería empezar a tener problemas de conciencia si desvincula totalmente soluciones técnicas de problemas sociales y de objetivos explícitos o implícitos con relación a lo que se pide. Necesitamos introducir la política en lo que hacemos y urge que la universidad acepte el reto de repolitizar la arquitectura y preguntarse para qué sirve lo que se hace, quién gana y quién pierde con ello y al servicio de qué realidad ponemos nuestro trabajo.
—Josep Bohigas, arquitecto. Comisario de “Barraca Barcelona”, “APTM” y “Piso Piloto” y promotor de Arquitectes de Capçalera
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En Febrero de 2016, la iniciativa Arquitectes de Capçalera ha sido reconocida con el Premi Ciutat de Barcelona 2015. Desde Quaderns nos unimos a las merecidas felicitaciones.
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